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UITA
Unificando los trabajadores agroalimentarios y de hostelería en todo el mundo



Incentivando el Hambre

Incluido en el sitio web de la UITA el 30-Apr-2008

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A menudo vemos alimentos en los anaqueles, pero gente que no tiene con qué comprarla.
Josette Sheeran, Directora Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, sobre "El nuevo rostro del hambre"

La producción de biocombustibles es hoy un crimen contra la humanidad.
Jean Ziegler, Relator Especial de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación

Veo tanto enfoque en los alimentos, y parece ser la tendencia en el mundo de las inversiones … Me parece que los mercados tienen la cualidad de las burbujas.
Jim O'Neill, Director del departamento de estudios económicos de Goldman Sachs





Alrededor de 16 meses después que decenas de miles de mexicanos tomaron las calles para protestar contra un incremento del 400% en el precio de las tortillas (pan de maíz circular y aplanado que es el alimento básico nacional), políticos y agencias internacionales han cobrado conciencia de la enormidad de la crisis alimentaria mundial. Desde Argentina a Yemen, de Bolivia a Uzbekistan, los disturbios por alimentos se extienden por todo el globo. La FAO advierte que las reservas alimentarias mundiales se encuentran en su punto más bajo en 25 años y dice que con la perspectiva de que los precios aumentarán aún más, los disturbios por alimentos se convertirán en un fenómeno general en el correr del próximo año. El FMI habla ahora de 100 millones de potenciales nuevas víctimas del hambre.

¿Qué ha potenciado el incremento general del 90% en los precios mundiales de los alimentos durante los últimos tres años, la duplicación de los precios del trigo en menos de un año e incrementos similarmente dramáticos en los precios de otros granos y aceites comestibles durante el pasado año? Una explicación putativa ha sido reciclada con tanta frecuencia por políticos, industria, periodistas y hasta por el Director General de la Organización Mundial para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO) que casi escapa un análisis crítico. Se nos ha dicho repetidas veces que el encarecimiento de los alimentos es el resultado de la creciente demanda de los países en desarrollo, cuyo consumo, cada vez mayor, de carne y leche está llevando rápidamente al alza de los precios. Sin embargo, la demanda creciente de proteínas de origen animal ha sido constante y no explosiva. No puede explicar el incremento del 31% en el precio del arroz que ocurrió apenas en los últimos días de marzo o el incremento del 400% en el precio de las tortillas mexicanas. India, severamente afectada por el encarecimiento del arroz, produjo cosechas récord de arroz, trigo y semillas oleaginosas en los años 2007/8. México exportó maíz en 2006; en el 2007 se registraron niveles récord de producción en México, en la región y a escala mundial.

La otra explicación convencional para la brusca y rápida inflación en los precios de los alimentos – la presión relacionada con el cambio climático sobre la tierra arable y los recursos hídricos – tampoco encaja con los hechos, si bien el problema es real y requiere acción urgente. Se sabe que la mala cosecha de granos en Australia, como consecuencia de la sequía, no ha agregado más del 1,5% al precio mundial del trigo.

Es, incuestionablemente, la derivación de los cultivos alimentarios hacia la producción de biocombustibles lo que ha reducido las reservas mundiales de alimentos a niveles peligrosamente bajos y está provocando el incremento de precios que transforma los alimentos esenciales en un lujo para los pobres del medio rural y urbano del mundo. Los biocombustibles fabricados a partir de cultivos para alimentación y forraje incluyen el etanol que se elabora del maíz, caña de azúcar, remolacha azucarera y trigo, y el biodiesel que se elabora a partir de frijoles de soja, aceite de girasol, aceite de palma, canola y otras plantas. Del 20 al 50 por ciento de las reservas de forraje de los principales países productores y, en particular maíz y canola, actualmente están llenando tanques de combustible en lugar de estómagos. Esto, a su vez, ha incrementado el precio de la soja, una importante fuente mundial de proteínas y arrastra consigo los precios de la carne, lácteos y otros alimentos.

La voracidad empresarial por los biocombustibles, y no la creciente demanda por proteínas más variadas de los países en desarrollo, es lo que encarece agresivamente el costo de los alimentos. El maíz que en la actualidad alimenta la producción estadounidense de etanol es suficiente para satisfacer las presentes necesidades de todos los países que según la FAO tienen déficit alimentario por insuficiencia de ingresos – y Estados Unidos asignó un incremento cinco veces mayor de la producción de etanol. Si toda la producción de maíz de EE.UU., en lugar del 20% del año pasado, se derivara para la producción de etanol, aún así solo reemplazaría el 7% del actual consumo estadounidense de petróleo. Se calcula que para que la producción interna cumpla con los objetivos obligatorios de la UE sobre biocombustibles en el transporte de carreteras, la mitad de la tierra arable de la UE debería dedicarse a la producción no alimentaria. Indonesia está estimulando un incremento del 400% en la producción de aceite de palma durante la próxima década. Estas políticas tendrán consecuencias sociales, ambientales y climáticas desastrosas.

Se ha reiterado repetidas veces que pasar a los biocombustibles protegerá el medio ambiente. Sin embargo, cuando se toman en cuenta en forma adecuada todos los insumos y productos finales, la energía requerida (la mayor parte de la misma derivada del petróleo) para producir una determinada unidad de biocombustible es considerablemente mayor que la contenida en el mismo biocombustible. Algunas de las fuentes de biocombustible de “segunda generación” propuestas (como la biomasa celulósica proveniente de árboles cuyo cultivo reemplazará a los cultivos alimentarios) son consumidores aún más ávidos de energía. Agreguemos además una mayor presión sobre la tierra y el agua (por ejemplo, destruyendo los bosques tropicales que son el filtro de carbón del planeta) para extender la producción de palma oleaginosa y soja, y tendremos que la contribución del biocombustible en la reversión del calentamiento global es marcadamente negativa. Expandir la producción de biocombustibles significa más emisiones de gases de efecto invernadero, no menos.

En tanto los disturbios por alimentos y la amenaza de hambruna general han comenzado a sacudir los pronósticos optimistas sobre la reversión del cambio climático a través de la utilización de biocombustibles, otros dos factores críticos han escapado en gran medida a la atención, como si el auge del biocombustible tuviera lugar en el medio ambiente puro de un laboratorio-invernadero.

Primero, la promoción de biocombustibles a través de subsidios y otras medidas, se lleva a cabo en el contexto de una concentración extremadamente elevada a lo largo de la cadena de suministros. Dos compañías, Cargill y ADM, distribuyen la mayor parte del maíz mundial que se comercializa internacionalmente, así como otros granos. Un puñado de CTNs domina la producción y el comercio mundial del azúcar. Niveles igualmente elevados de concentración, a menudo existen a nivel nacional. Una compañía, Grupo Gruma, de México controla más de las tres cuartas partes del mercado nacional de harina para tortillas. Su poder de compra concentrado es el que establece los precios de referencia.

Segundo, sumas récord de dinero han estado fluyendo hacia los mercados de productos agrícolas básicos en años recientes, acelerándose aún más a medida que los inversores que escapan de la crisis accionaria en los mercados crediticios buscan nuevas bocas de salida. El capital especulativo se ha vinculado al auge de productos básicos alimentarios, creando una clásica “burbuja de capital". Las compañías de procesamiento de alimentos también han dedicado crecientes recursos financieros a estos mismos mercados, incrementando en forma potencial la presión sobre los precios, sin afectar, de manera fundamental, la transferencia de los granos de alimentación hacia la energía.

Si la exacta contribución de la especulación, operaciones de cobertura y el anticuado acaparamiento, en la inflación del precio de los alimentos no puede en este momento determinarse con precisión, se debe a que pocos de los organismos repentinamente alertas ante la crisis alimentaria siquiera se han hecho la pregunta. Esto, a su vez, tiene importantes consecuencias para que las propuestas normativas se encarguen de la crisis. Poder controlar en parte la inflación del precio de los alimentos significa confrontar el poder concentrado de las CTNs agroalimentarias y acortarle las riendas a las finanzas especulativas.

Zoellick, presidente del Banco Mundial, ha conjurado el espectro de una hambruna masiva para reclamar un "New Deal" para la agricultura – administrado por el FMI y el Banco Mundial. Sin embargo, el New Deal se parece sospechosamente al viejo. Junto con la OMC, los organismos internacionales de préstamos promovieron y aplicaron un sistema alimentario mundial dominado por un puñado de gigantes corporaciones cuyo poder y alcance están construidos sobre sistemas de producción encaminados a la exportación masiva, a expensas de la capacidad de producción nacional de alimentos. Los disturbios globales por alimentos son prueba de que alimentar a voraces empresas no es lo mismo que alimentar a seres humanos.

En lugar de exhortar a las instituciones que causaron la crisis a resolverla, los sindicatos, conjuntamente con las organizaciones de la sociedad civil deben exigir que las Naciones Unidas lleven a cabo una investigación pública sobre el aumento del costo de los alimentos básicos. Si bien el papel de la FAO en el combate de la crisis es reconocido, en general, el historial de la FAO en muchos aspectos es ambiguo: también ha promovido la agricultura industrializada destinada a la exportación, a expensas de la seguridad alimentaria, así como de la sustentabilidad social y ambiental. Si la ONU va a asumir el liderazgo en el desarrollo de políticas y medidas para abordar la crisis, deberá existir una participación formal del Relator Especial de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación, conjuntamente con la UNCTAD, el organismo de la ONU con más experiencia en los mercados internacionales de productos básicos, así como de la OIT, único organismo en el que los sindicatos tiene voz institucional..

Dada la enormidad de la crisis, el Acuerdo sobre Agricultura de la OMC deberá suspenderse para darle a los gobiernos el espacio político que necesitan para tomar medidas a fin de combatir la crisis. Reglamentar importaciones, limitar o siquiera detener las exportaciones, la imposición de aranceles/impuestos y subsidios a la producción para satisfacer los requisitos de producción de alimentos nacionales (no biocombustibles) deben considerarse medidas legítimas para defender la seguridad alimentaria, la cual tiene precedencia sobre las normas de la OMC.

Se deberá exigir que los gobiernos de los principales países exportadores de alimentos básicos provean al Programa de Alimentación Mundial de suministros a precios por debajo de los del Mercado o el equivalente en moneda para permitir que los gobiernos con déficit alimentario adquieran suministros de la correspondientes fuentes a precios subsidiados. Se deberá brindar prioridad a la recolección de fondos para un programa internacional que refuerce los sistemas de producción de alimentos a nivel local y nacional. Como la inflación de precios de los alimentos es una agresiva carga para los pobres, que en los países en desarrollo dedican la mayor parte de sus ingresos en alimentos, gravar las ganancias récord de las CTNs que procesan y comercian granos sería un medio legítimo de financiar parcialmente la reconstrucción de la agricultura. Y los sindicatos deberán procurar implementar la reciente decisión del Comité Ejecutivo de la UITA, el cual, reunido en Ginebra del 17 al 18 de abril, reclamó una moratoria a la expansión de la producción de biocombustibles hasta tanto se realice una evaluación completa de su impacto social, ambiental y sobre el empleo. El derecho a la alimentación – el derecho de todos a alimentos nutritivos a precios accesibles y los derechos de aquellos que producen los alimentos en el mundo – deben ser el centro de la política alimentaria global