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El futuro de la “Revolución de los Tulipanes” de Kirguizstán

Incluido en el sitio web de la UITA el 05-Apr-2005

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La Oficina de coordinación de Europa Oriental y Asia Central de la UITA contribuyó con este editorial.

Los recientes eventos en Kirguizstán fueron tanto inesperados como predecibles. Inesperados, porque entre las repúblicas de Asia Central, Kirguizstán ha sido considerada la más abierta y democrática. Predecibles, porque la democracia en Kirguizstán estaba esencialmente hueca. El elemento faltante en esta seudo-democracia eran las instituciones democráticas enclavadas en la sociedad civil. Por lo tanto, el gobierno fue incapaz de movilizar los recursos y la iniciativa de la nación en torno a un programa de desarrollo sostenible. En la práctica esto significó entregar toda la responsabilidad de los problemas económicos y sociales a una variedad de organizaciones internacionales.

Kirguizstán fue la primer república de la antigua URSS en unirse a la Organización Mundial del Comercio. Fue probablemente el único estado del mundo que adhirió a la OMC sin siquiera intentar negociar las condiciones de acceso. El gobierno de Kirguizstán, un país predominantemente agrario, renunció voluntariamente a su derecho a reglamentar y proteger su mercado interno y producción. Se dio a las instituciones y organizaciones internacionales la tarea de apoyar a los agricultores y a los pequeños productores, establecer cooperativas de consumidores y desarrollar programas nacionales para abordar los grandes temas como la pobreza, trabajo infantil y crimen. Estos programas no pudieron ni pueden sustituir a una política nacional consistente en su desarrollo sostenible, porque esta es la propia tarea del gobierno.

Al renunciar a la responsabilidad de aliviar la pobreza, el gobierno estableció las condiciones para una explosión social espontánea. El Presidente Akaev encendió la chispa para iniciarla cuando falsificó los resultados de las elecciones de febrero para instalar a su hijo e hija en el parlamento, señalando así su intención de permanecer en el poder manipulando también las próximas elecciones presidenciales.

Originalmente la oposición no pretendía tomar el poder. Las mismas autoridades, con sus groseros esfuerzos para dispersar a la manifestación masiva del 24 de marzo, en la plaza central de la capital, provocaron a la multitud a invadir la sede gubernamental. Como en ese momento no había una oposición preparada para asumir la dirigencia, la manifestación degeneró en desórdenes y saqueos de supermercados en el centro de Bishkek directamente vinculado a la elite gobernante.

Los sindicatos Kirguiz exhortaron a todas las partes en el conflicto político que surgió de la falsificada elección parlamentaria a entablar negociaciones inmediatamente en procura de una solución pacífica a la crisis. Los poderes gobernantes no respondieron a este llamado y la gente en la calle decidió el tema expulsándolos de sus funciones. Ahora, la pregunta inevitable es, por supuesto, ¿cuál es el programa social y político del nuevo gobierno?

Actualmente, los líderes de Asia Central están reflexionando públicamente acerca del “fracaso” de los “experimentos democráticos”. Sin embargo, la experiencia de Kirguizstán enseña una lección diametralmente opuesta. No es la democracia, sino los gobiernos autoritarios que operan bajo una fachada seudo-democrática los que inevitablemente generan una protesta espontánea, no dirigida y caótica. La supresión de los derechos democráticos, no el estímulo y el desarrollo de la iniciativa democrática, lleva a disturbios y saqueos.

Sólo la democracia le ofrece al pueblo de Kirguizstán la posibilidad de alcanzar la estabilidad superando la pobreza. El desarrollo democrático debe construirse sobre una organización arraigada en las estructuras de la sociedad civil: sindicatos independientes, medios de comunicación masivos política y económicamente independientes y una oposición política que sea capaz de ofrecer modelos alternativos verosímiles de desarrollo económico y verdadera independencia nacional. Hasta ahora sólo se ha producido una rotación de elites. La democracia es la condición esencial para pasar más allá de un golpe palaciego a una revolución de los tulipanes.