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UITA
Unificando los trabajadores agroalimentarios y de hostelería en todo el mundo


El precio del pollo barato - Los sindicatos brasileros atacan el ritmo rápido de trabajo en la industria de exportación

Incluido en el sitio web de la UITA el 14-Mar-2006

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El siguiente artículo de Gunnar Brulin fue editado en marzo, en el diario sueco Mål och Medel, de la organización Swedish Food Workers' Union

Su mano ha quedado grotescamente deformada. Sara Odete Plack ahora tiene que aprender a usar su mano izquierda. Para almorzar precisa que la ayuden con todo: ayuda para servirse, ayuda para cortar la carne... todo es una complicación.

Después de almorzar, conversa con nosotros en la oficina del sindicato en la ciudad de Encantado. Sara es una de las muchas personas con enfermedades profesionales que están denunciando el trato de sus empleadores. Trabajaba en la fábrica avícola Penasul Alimentos.

“Trabajé seis meses ahí”, dice. “Estaba dolorida pero seguí trabajando. Cuando le pregunté a mi supervisor sobre el dolor dijo que era normal. Que era habitual sentir dolor al principio, pero que después una se acostumbraba.”

Su mano se inflamó, pero igual continuó trabajando, obligándose a seguir. Durante dos meses trabajó así, con su mano doblada como una garra.
Cuando consultó al médico de la compañía, este le dijo que tenía los dedos quebrados. Más tarde, otro médico que no era empleado de la compañía le dijo que no los tenía quebrados para nada. Se trataba de un especialista de Porto Alegre que le sacó placas de brazo y mano.

Prácticamente no le circula la sangre en esa mano y la tiene fría.

Nada de ayuda del sindicato “amarillo”

Para poder obtener indemnización por su enfermedad profesional necesitaba un certificado de la compañía, pero no se atrevía a pedirlo y el sindicato amarillo (partidario de la patronal) no se ofreció a ayudarla.

Sara fue despedida y ahora debe vivir con lo que recibe de seguridad social. En casa tiene tres hijas, de 6, 14 y 18 años. Tiene que tomar analgésicos para poder dormirse y sólo puede acostarse sobre un costado, que se le entumece. Tiene 41 años.

La reunión con Sara y otros que sufren enfermedades profesionales es parte de una campaña iniciada por Contac, el sindicato brasilero de trabajadores de la industria de alimentos, con el fin de promover la implementación de una norma que regule el ritmo de trabajo en la industria avícola brasilera.

Junto al presidente de Contac, Siderlei de Oliveira, recorro Rio Grande do Sul visitando las localidades industriales que viven de la exportación de productos avícolas.

La fábrica donde trabajaba Sara está ubicada en el pequeño pueblo de Roca Sales. La fábrica se encuentra en el medio del pueblo, en un viejo edificio desvencijado. Afuera del mismo está estacionado un camión contenedor Maersk Sealand. El edificio en sí no tiene un cartel con el logo de la fábrica. Salen y entran camiones con el nombre anterior de la compañía, Pena Branca.

He intentado entrevistarme con la gerencia empresarial de Penasul, pero no han querido hablar conmigo.

Hace tres años, la importante corporación estadounidense OSI Group compró la compañía brasilera, que tiene una producción plenamente integrada, abarcando desde elaboración de raciones y cría de pollos, hasta faena, fraccionamiento y elaboración. La empresa exporta a más de 30 países, entre los cuales está Suecia.

Taller agrícola mundial

En la última década, la producción avícola de Brasil se disparó. Compañías trasnacionales compraron la industria nacional, la expandieron, invirtieron en instalaciones y la transformaron en líder mundial en el sector.

Brasil es ahora a la producción agrícola lo que China es a la manufacturera: un taller mundial. El país posee enormes extensiones de tierra cultivable apta para la producción de carne y follaje, un clima casi perfecto y mano de obra barata.

La producción avícola emplea a 2,5 millones de brasileros.

Sara nos acompaña en el auto. Vive a diez kilómetros de Roca Sales, sobre la ruta que va hacia Porto Alegre.

“Un tercio de mis compañeros de trabajo sufren LER”, nos dice. Cuenta que cuando se lastimó, su superior inmediato la ayudó un poco, pero no así el encargado de planta, que no hizo nada.

Una tercera parte de los 850 trabajadores, esto es, casi 300 personas sólo en esa fábrica que exporta pollos a Suecia, tiene lesiones provocadas por el ritmo rápido de trabajo. El pollo en cuestión se sirve en establecimientos de comida suecos. Es comercializado por ICA Meny e importado por la compañía Annerstedt, propiedad de productores agrícolas.

“Me encanta pescar”, dice Sara, “pero ya no puedo hacerlo, no con una sola mano. No puedo poner la carnada en el anzuelo”.

Sin embargo, no ha perdido las esperanzas. Si recibe atención adecuada, podría aprender a usar más su mano izquierda e incluso podría llegar a escribir con ella. Esa es su esperanza.

Reunión con la Comisión de la ONU

Suena un celular y Siderlei de Oliveira estaciona al costado de la ruta para atenderlo. La llamada es de una parlamentaria en Brasilia, Luci Chinaki, que le dice que está organizando una reunión en la capital con la Comisión de la ONU sobre derechos humanos en el trabajo, para tratar el tema del ritmo de trabajo y las enfermedades profesionales en las mujeres.

“Tendrás que ir a Brasilia”, Siderlei le dice a Sara, que viaja en el asiento de atrás.

“¿Yo?”, pregunta. “¿Tendré que ir en autobús? Es muy lejos.”

“No, no”, dice Siderlei. “Puedes ir en avión. No tienes que ir tan lejos en autobús.”

Brasil es un país muy grande, que abarca la mitad de América del Sur, con una población de 175 millones. Es una república y el actual presidente, Lula, pertenece al Partido de los Trabajadores (PT) y es un ex dirigente sindical.

En este momento hay posibilidades de cambio. Siderlei ha estado hablando con algunos ministros en Brasilia. Ha obtenido el apoyo de la organización nacional CUT para la campaña dirigida a introducir normas que regulen el ritmo de trabajo. Si todo sale según lo previsto, la campaña culminará en un gran encuentro en la capital que reunirá a 2.000 trabajadores avícolas de todo el país.

Su principal reclamo será la introducción de normas nacionales referidas al ritmo de trabajo.

El gigante francés de alimentos Doux tiene una enorme fábrica avícola en Montenegro con 2.000 empleados .

Unos 100 trabajadores, en su mayoría mujeres, asisten a la reunión que el sindicato de trabajadores de la industria de alimentos convocó en la ciudad. Al preguntarles si alguien sufre de lesiones por esfuerzos repetitivos, casi todos los presentes levantan la mano.

Un abogado de la central sindical CUT ha venido a informarles sobre las posibilidades de iniciar acciones judiciales.

El alto ritmo de trabajo es un problema grave, como lo son también las largas horas de trabajo. Las mujeres afirman que muchas veces se ven obligadas a trabajar mucho más de ocho horas. Cumplen jornadas de hasta 12 a 13 horas.

Nos muestran con rabia sus cicatrices, resultado de cirugías inútiles a las que se sometieron para restaurar la movilidad de sus miembros. Lo que cuentan es similar a lo que le pasó a Sara. A ellas también las despidieron sin constancia alguna de sus lesiones y ahora tienen que vivir de la asistencia social.

Inflamación que se extiende

Una mujer, Pedrinha Pereira, tiene inflamaciones musculares en los brazos y hombros, que se le extendieron a las piernas, de manera que casi no puede caminar.

¿Cómo es posible que estas lesiones lleguen a un grado tal? Roberto Ruiz, médico y experto en LER, consultado por la asociación sindical mundial UITA, dice que esto es culpa de los médicos de las empresas. En vez de darle licencia médica a las trabajadoras, les recetan analgésicos y les dicen que vuelvan a trabajar. Eso lleva a que las lesiones empeoren gradualmente, hasta alcanzar una etapa en que se vuelven crónicas e incurables. Muchas de las mujeres con las que me reúno sufren este tipo de lesiones.

En Serrafina Corrêa, un pueblo de 3.000 habitantes, la gran compañía avícola brasilera Perdigao tiene una planta con 2.000 operarios.

Los trabajadores son traídos en autobuses desde las zonas rurales adyacentes. Según registros del sindicato, el 20 por ciento de los habitantes del pueblo sufre LER.

Los trabajadores, dispuestos a lo largo de una larga línea de producción, cortan los pollos a mano.

“La línea fija el ritmo de trabajo”, explican José Modelski y Geni Dalla Rosa, dos dirigentes del sindicato de trabajadores de alimentos. “Procesamos pechugas de pollo para la exportación. Los que no pueden seguir el ritmo, son amonestados. Con tres amonestaciones puedes ser despedido. No nos queda otra que trabajar a la misma velocidad que se mueve la cinta.”

Dependencia económica

En Marau, una localidad más grande, con una población de 35.000, la mitad de la economía depende de Perdigao. Luego de una reunión con unas 40 mujeres que sufren LER, el presidente del sindicato, Clovis Spenassto, nos recibe y nos lleva a recorrer la ciudad.

La industria avícola tiene dos caras. Una cara es la de estas mujeres lesionadas, cuyas vidas están totalmente arruinadas por condiciones inhumanas de trabajo.

La otra cara es la de la evidente prosperidad que siguió a la expansión de la industria de exportación de pollos. En las laderas de Marau se construyeron viviendas cooperativas para los trabajadores.

El sindicato tiene una escuela y brinda servicios de asistencia médica y dental. La compañía construyó una gran cancha interior donde el equipo femenino de fútbol del sindicato jugó un campeonato el fin de semana pasado.

Cuando visito las oficinas de Perdigao, la gerencia local me comenta orgullosa que a la empresa se le otorgó certificación para la exportación de pollos a Suecia.

Pero se niega a admitir que existen problemas relacionados con mujeres que sufren LER vinculadas al trabajo u otras lesiones causadas por el ritmo de trabajo.

“Tenemos rotación de tareas y ejercicios durante los descansos. Aquellas personas que igual tienen problemas son trasladadas a otras tareas”, afirma el director, Milvo Mittanack.

Eso es lo máximo que se logra con Perdigao, con quien los representantes sindicales sienten que tienen un diálogo constructivo.


Siderlei de Oliveira afirma que lo que se precisa son normas nacionales que regulen el ritmo de trabajo en todo Brasil, no sólo en compañías individuales. Eso es lo que la campaña busca.

Para poder lograrlo, es necesario concientizar a los consumidores en los países que importan el pollo y los sindicatos de esos países deben ser más solidarios.